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  POEMAS QUITENOS ALGUNOS AUTORES
 

Rimas

 

I

De las quimeras que forjó en mi mente
el amor inspirado por la gloria,
sólo quedó la sombra de un recuerdo
flotando como un sueño en mi memoria.

Crepúsculo del alma es el recuerdo,
que va formando la ilusión perdida,
cuando se pone el sol de la esperanza
tras las doradas cumbres de la vida.


IV

Un enjambre de estrellas inocente
juega en el fondo azul de la laguna
y la noche estival cubre mi frente
con un velo de rayos de la luna.

Cae el rocío en blanquecinos rastros
al entreabierto cáliz de las flores,
cual luminoso llanto de los astros
en ideales diálogos de amores.

¡Dulce es soñar y padecer a solas,
cuando callan los pájaros y el viento
y en urnas de cristal duermen las olas
y en recuerdos se aniega el pensamiento!


V

Hay un desierto inmenso y aterido
a do las almas huérfanas se van
cual aves desterradas:
es la región estéril del olvido
que no alumbran del sol las llamaradas
ni estremece la voz del huracán.

Aire de sueño esa pampa orea,
despiden secas yerbas acre olor,
brilla luz de miradas;
de negro peñascal lento gotea
un manantial de lágrimas heladas
y susurran gemidos de dolor.

Caravana de sombras va cruzando
las triste soledad de esa región
y en bulliciosa danza,
bellísimas mujeres van llegando
que vienen a enterrar nuestra esperanza
en el mismo ataúd del corazón.


VI

Han pasado los años cual las hoces
que van segando mieses
y forman las memorias de mi vida
una larga cadena de reveses.

Sobre escombros de muertas esperanzas
que el tiempo ha amontonado,
melancólicas sombras atraviesan,
con el rostro de lágrimas bañado.

Son los recuerdos... Lúgubres viajeros
que atraviesan las ruinas
y que el paso detienen, jadeante,
porque les hacen sangre las espinas.

Pero pasan y pasan en silencio,
sin detenerse nunca...
¿Adónde irá tanta ilusión que muere,
tanta bella esperanza que se tronca?

Leonidas Pallares y Arteta
quiteño; 1859-1932

 

La grandeza

 

El mortal que magnánimo y valiente
al fijar en la altura la mirada
noble ambición de gloria inmaculada
su pecho varonil agitar siente.

ha de romper osado la corriente
que al vulgo lleva al fin de la jornada;
la senda por los necios despreciada,
firme, sin vacilar, seguir intente.

Y apurando la hiel del sufrimiento,
en los hombros la cruz del sacrificio,
de espinas coronada la cabeza,

avance hasta el Calvario y al momento
en que tiemble, tal vez, ante el suplicio,
con el martirio compre la grandeza.

Clemente Ponce
quiteño; 1866-1929

 

A mis lágrimas

 

Corred, lágrimas tristes,
que es dulce al alma mía
sentiros a raudales
del corazón manar;
corred, que los suspiros
que exhalo en todo el día
las ansias a mi pecho
no bastan a calmar

Triste, férvido llanto,
tus gotas de amargura
mitigan celestiales
la sed del corazón;
y sólo tú suavizas
mi horrenda desventura
y sólo tú consuelas
mi lúgubre aflicción.

Que cuando la cima
de dulce venturanza
desciende el alma al golpe
del darlo del pesar,
si entonces la la dicha
perdemos la esperanza
nos queda sólo el triste
consuelo de llorar.

Y así la flor marchita
revive del consuelo
con lágrimas regadas
por lóbrego dolor,
como al nocturno llanto
de tenebroso cielo
cobran las flores secas
su aroma y su color.

Corred, lágrimas más,
consuelo a mis dolores;
en férvidos raudales
del corazón manad;
y así, de mis ensueños
revivan ¡ay! las flores
que ha marchitado el rayo
del sol de la verdad.

Julio Zaldumbide Gangotena
quiteño; 1833-1881

 

La eternidad de la vida

 

A Juan León Mera



Cosas son muy ignoradas
y de grande oscuridad
aquellas cosas pasadas
en la horrenda eternidad,
por hondo arcano guardadas.

¿Quién pudo nunca romper
de la muerte el denso velo?
¿Quién le pudo descorrer
y en verdad las cosas ver
que pasan fuera del suelo?

Que por fallo irrevocable
padecemos o gozamos
los que a otro mundo pasamos,
es cuanto de este insondable
alto misterio alcanzamos.

Si medir nuestra razón
procura, ¡oh eternidad!
tu ilimitada extensión,
¡qué flacas sus fuerzas son
para con tu inmensidad!

Sube el águila a la altura
del vasto, infinito cielo;
medirle quiere de un vuelo;
mas, toda su fuerza apura
y baja rendida al suelo:

así el loco pensamiento
se encumbra a medirte audaz;
mas se apura su ardimiento
y abate el vuelo tenaz
al valle del desaliento.


II

En verdad que da tormento
este funesto pensar:
¿en qué vienen a parar
esas vidas que sin cuento
vemos a la tumba entrar?

En la tumba, de los seres
preciosa fin pavorosa,
remate así de placeres
como los padeceres
de esta vida trabajosa:

en la tumba, oscura puerta
cuya misteriosa llave
vuelve con la mano yerta
la muerte; playa desierta
de donde zarpa la nave,

de la vida a navegar
con brújula y norte inciertos
en no conocida mar,
mar sin fondo, mar sin puertos,
ni ribera a do abordar.


III

¿Qué es morir? ¿Qué es la muerte? "Oscura nada,
triste aniquilación", dice el ateo.
¿Todo ser en la tumba se anonada?
¡Error! ¡Funesto error! Yo en ti no creo.

Si este que siento en mi soplo divino
dentro la huesa en polvo se convierte;
si la esperanza de inmortal destino
se disipa en las sombras de la muerte;

fuera entonces de Dios dádiva inútil
esta triste existencia de un momento,
que se disipa con un sueño fútil
o como el humo vano en vano viento.

¿A qué este don de penas y quebranto?
¿A qué darnos la vida, conducirnos
por un desierto de dolor y llanto
y para siempre al cabo destruirnos?

¡No puede ser! El hombre desdichado,
de gusanillo que se vio en el suelo,
en mariposa angélica trocado,
de la lóbrega tumba vuela al cielo.


IV

Y, ¿a dónde va quien deja nuestro mundo?
¿A dónde el que en tu sombra, muerte, escondes?
¡Jamás e esta pregunta tú, profundo
silencio de la tumba, me respondes!
¿Sus lazos terrenales se desatan?
¿Se acuerda del humano devaneo
o todos sus recuerdos arrebatan
las soporosas ondas del Leteo?

¿Está por dicha con la eterna unida
esta rápida vida que se acaba?
¿O allá el amigo la amistad olvida
y el amante también lo que adoraba?
El amor, la amistad, ¿son vanos nombres
que borra el soplo de la muerte helada?
del alma, que no muere, de los hombres,
¿son ilusión no más, sombras de nada...?


V

Oigo una voz que eleva el alma mía,
voz de inmortal y de celeste acento:
"¿Qué a mí la muerte ni la tumba fría?"
dice hablando secreta al pensamiento;

"piensas que la segur que hace pedazos
las cadenas que al cuerpo sujetaron
mi esencia divinal, los demás lazos
rompe también, que al mundo me ligaron?

"¿Piensas que del amor, que fue mi vida
en la vida del mundo, me despojo
estando al otro mundo de partida,
cual de la arcilla que a la tumba arrojo?

"¡No! No es capricho de la carne impura
la amistad, o de amor la llama ardiente;
del espíritu sí la efusión para:
y el espíritu vive inmortalmente.

"Y así ala eternidad llevo conmigo
cuando abandono la terrestre estancia,
amor de amante, o amista de amigo,
sujetos nunca más a la inconstancia".


VI

Sí, dulce voz. Cuanto me anuncias creo;
quien en ti cree espera y vive en calma.
seas la voz mentida del deseo
o la voz del oráculo del alma.

¡Triste aquel que los oídos cierra
y cierra el corazón a tu consuelo!
¿Qué tendrá el infeliz acá en la tierra
si la esperanza le faltó del cielo?

Noche será su triste pensamiento
que el negro ocaso ve, mas no la aurora;
en su pecho la muerte hará aposento,
anticipada a la postrera hora;

que será como sombra ver la vida,
como sombra el placer que llega y pasa;
ver la dicha en el mundo tan medida,
y no esperarla alguna vez sin tasa...

Si, ¡profética voz!, tu acento tierno
llega a mi corazón, consolatorio;
tú en la muerte el placer pintas eterno
y el dolor en la vida transitorio:

por ti el amor de aquí se desvanece
cual tierna flor que deshoja al viento,
más allá de la muerte reflorece
de las eternas auras al aliento.

Tú la dicha nos pintas duradera,
y la gloria del cielo en lontananza,
borrada del sepulcro la barrera
y trocada la muerte en esperanza...

¡Bella esperanza! cuando ya cercano
me hallare yo a la tumba apetecida,
mis ojos cerrará tu dulce mano
y olvidaré el tormento de la vida!


Julio Zaldumbide Gangotena
quiteño; 1833 - 188?

 

En La Muerte de Mi Esposa

 

Calumnia, insultos, pérfidos rencores,
escarnio vil, persecución impía,
ruinas doquier de la ventura mía,
nada aplacó del hado las furores.

Único alivio, bálsamo de amores
en mi alma herida un Serafín vertía;
y su dulce sonrisa en alegría
tornaba mis tristezas y dolores.

Pasó cual sueño mi visión hermosa...
¡Yo no era digno de fortuna tanta!
Si viva te admiré madre y esposa,
muerta, yo te venero como santa.

Fuiste en la tierra mi ídolo y consuelo;
serás ahora mi ángel en el cielo.

Antonio Flores Jijón
quiteño; 1833-1915

 

Nunca Más

 

Adiós, visión que apareciste un día
como una palma al borde del camino,
para dar al cansado peregrino
sombra y frescor mientras la tierra ardía.

Cuando en mi pensamiento atardecía,
tú fuiste un lampo de fulgor divino;
tú en ánfora de amor me diste el vino
que restauró la vida que moría.

Demoledora eterna de quimeras,
la esperanza brutal secó esa palma
do anidaron mis aves pasajeras.

¡Y quedó triste y solo en la partida!
Ilusión, ilusión,tú eres el alma;
juventud, juventud, tú eres la vida.

Leonidas Pallares y Arteta
quiteño; 1859-1931

 

Soneto (En Un Aniversario)

 

Vuelves, oh sol, a señalar mi día
en que viste pasar con raudo vuelo
junto a tu esfera, en dirección al cielo,
al ángel de mi amor y mi alegría;

y a mí me viste en soledad sombría
puesto de hinojos en el duro suelo,
de la muerte implorando su consuelo
y tan sólo alcanzando su agonía.

Desde entonces, oh sol, es noche oscura
a mis ojos tu luz, y de la vida
la triste senda con mi llanto riego.

Amarga, cual la hiel, me es su ventura
y un tormento su gloria fementida;
sólo en mi cruel dolor hallo sosiego.


Francisco J. Salazar Arboleda
quiteño; 1824-1891

 
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