poemasecua
  CESAR BORJA LAVAYEN
 
A

l año nuevo

 

¡Niño glorioso! Al resplandor primero
de la luz, vencedora de la noche,
junto al carro del sol viene tu coche
y al soplo fresco del temprano enero.

Todos te aguardan en el mundo entero,
nadie murmura contra ti un reproche
y hasta las flores de virgíneo broche
ábrense a verte, ¡triunfador arquero!

Ven y en torrentes de esplendor derrama
tus dones áureos sobre el ancho mundo
que en fausto y pompa y vanidad gravita.

Ya la feliz humanidad te aclama
y retruena en el ámbito profundo,
en salvas para ti, la dinamita...

César Borja
guayaquileño; 1851-1910

 

Al año viejo

 

No eres vana abstracción: se me figura
que te he visto nacer y que te veo
sobre las aguas del mortal Leteo,
rumbo hacia el golfo de la nada obscura.

Del negro río en la desierta anchura
rigues tu barca de enlutado arreo,
al pálido lloroso centelleo
de los faros eternos de la altura.

Viejo, desnudo, descarnado, triste,
asido al rezo del timón, te encorvas,
fatal viajero de las sombras frías.

Y, tronchadas las alas que trajiste,
llevas, rendido, en tus espaldas corvas,
los crímenes horrendos de tus días...

César Borja
guayaquileño; 1951-1910

 

Dios, patria y libertad

 

El amor a la patria es el primero
y el don de libertad es sin segundo
Dios le dio patria y libertad al mundo
y en Dios, a patria y libertad venero.

Es patria y libertad cada lucero
y, en cada estrella de azul profundo,
el Dios refulge del amor fecundo,
patria de luz del universo entero.

Es astro tierra que, en el libre espacio,
como un globo de nácar y topacio
marcha hacia el norte en cadencioso vuelo;

es, ¡oh feudales de la guerra insana!,
la patria libre de la especia humana
en la armoniosa libertad del cielo.

César Borja
guayaquileño; 1851-1910

 

Pan en la siesta

 

Surca el hondo remanso la piragua,
al pie del umbroso platanal esbelto,
cuyo follaje satinado y suelto
copia en su seno tembloroso el agua.

Adren las playas, al fulgir de fragua
del sol estivo; y, en la luz envuelto,
relumbra, en chorros, el raudal, disuelto
sobre un áspero lomo de cancagua.

Como dormidos en la siesta ardiente
yacen los campos: y, en el haz de grana
del llano, esplende el implacable estío.

Y cruza y riega en el cristal luciente
del Esmeraldas, su sonora gama
el mirlo negro, trovador del río.

César Borja
guayaquileño; 1851-1910

 
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