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Se va con algo mío la tarde que se aleja...
Mi dolor de vivir es un dolor de amar
y, al son de la garúa, en la antigua calleja,
me invade un infinito deseo de llorar.
¿Que son cosas de niño, me dices?... ¡Quién me diera
tener una perenne inconsciencia infantil,
ser del reino del día y de la primavera,
del ruiseñor que canta y del alba de abril!
¡Ah, ser pueril, ser puro, ser canoro, ser suave
-- trino, perfume o canto, crepúsculo o aurora --
como la flor que aroma la vida... y no lo sabe;
como el astro que alumbra las noches... y lo ignora!
Medardo Ángel Silva
guayaquileño
No llames una noche de llantos a tu vida,
ni pienses tu dolor tan hondo y duradero:
ofendes al que sufre verdadera herida,
al hermano que calla su dolor verdadero.
Mercader de sollozos, profesional del llanto,
¡qué sabiamente expresas ignoradas angustias!
No son tales prodigios armónicos de canto
para labios resecos y para frentes mustias.
Gárrulo adolescente que la bella mentira
de tu tristeza acuerdas a suspirante lira,
¡calla! Tu voz insulta, son su pena sonora,
al que suspira y nunca sabe por qué suspira,
al que llora y no puede decirnos por qué llora.
Medardo Ángel Silva
guayaquileño
Se extinguirán mis años, ardiendo como cirios
a tus plantas; las rosas
de mis ensueños, mustias por los días,
regarán a tus pes sus difuntas corolas.
Y habrá un solo que ilumine
mi cuerpo -- ya sin alma -- , negra copa
vacía de una esencia de infinito... y el sueño
será definitivo...
Pero entonces, tú sola,
releyendo los versos en que me llamo tuyo,
mis besos, hechos llanto, sentirás en la boca
y escucharás, de súbito, reteniendo tus lágrimas,
una voz que te llama, despacito, en la sombra...
Medardo Ángel Silva
guayaquileño
I
Aquella dulce tarde pasaste ante mi vista
soberbia, en el decoro de tu vestido rosa;
inefable, irreal, melodiosa, imprevista,
como si abandonara su plinto en su diosa.
Y perfumando la hora de lilas, te perdiste
al fondo la calle, cual tras un áurea gasa...
mis ojos te seguían, con una mirada triste
que lanza un moribundo a la salud que pasa
XII
"Sur votre seine laissez rouler ma tete"
Paul Verlaine
Deja sobre tu sena que caiga mi cabeza,
como un mundo cargado de recuerdos sombríos;
y dime la palabra santa y única, esa
palabra que consuela mis perennes hastíos...
O, mejor, calla... deja que en el silencio blando
de la extinguida tarde, sobre divanes rojos,
me sienta agonizar lentamente mirando
cómo se llenan de astros los cielos y tus ojos.
XIX
Bendigo el sufrimiento que viene de tu mano
y el vértigo radiante en que tu voz me sume.
Mi amor es para Ti como un jardín lejano
que a una alcoba de reina envuelve en su perfume.
Y eternamente oirás en tus noches sin calma
mi sombría plegaria que, rugiendo, te invoca;
Al precio de mi sangre y al precio de mi alma,
véndeme la limosna de un beso de tu boca.
XXV
Mi esíritu es un cofre del que tienes las llaves
-- Oh incógnita Adorada, mi Pasión y mi Musa! --
Ya inútilmente espero tus dulces ojos graves
y siento que me acecha en las sombras la intrusa.
Pero mi alma -- jilguero que canta indiferente
a la angustia del tiempo y al dolor de la vida --
te esperará, lo mismo que una virgen prudente,
con la devota lámpara de su amor encendida.
XXVI
Dime que todo ha sido la sombra de un mal sueño,
que en la tiniebla actual palpita el alma pura,
que puede retornar el minuto abrileño
las extinguidas horas colmadas de dulzura;
que nuestro amor es Lázaro, que aguardando su día
espera tu palabra para olvidar su fosa,
que sobre este dolor y esta melancolía
arrojará la aurora su risa luminosa.
Medardo Ángel Silva
guayaquileño
Al duro son del hierro tornaré melodía
para cantar tus ojos -- violetas luminosas --
la noche de tu negra cabellera y el día
de tu sonrisa pura, más que las puras rosas.
Tú vienes con el alba y con la primavera
espiritual, con toda la belleza que existe,
con el olor de lirio azul de la pradera
y con la alondra alegre y con la estrella triste.
La historia de mi alma es la de un peregrino
que extraviado una noche en un negro camino
pidió al cielo una luz... y apareció la luna;
pues, estaba de un viaje dolor convaleciente
y llegaste lo mismo que una aurora naciente
en el momento amargo y en la hora oportuna.
Medardo Ángel Silva
guayaquileño
V
Ya me ofrezcan rosas o me den espinas
yo bendigo siempre tus manos divinas:
corazón del que ama, es como la rosa:
perfuma la mano de quien lo destroza.
IX
No despiertes sorprendida
de que amanezca a tal hora:
se ha adelantado la Aurora
para mirarte dormida.
X
Fuera el mayo embeleso
de mi réproba alma loca
ir al edén de tu boca
por el camino de un beso.
Medardo Ángel Silva
guayaquileño
Cuando de nuestro amor la llama apasionada
dentro tu pecho amante contemples extinguida,
ya que sólo por tí la vida me es amada,
el día en que me faltes me arrancaré la vida.
Porque mi pensamiento, lleno de este cariño
que en una hora feliz me hiciera esclavo tuyo,
lejos de tus pupilas es triste como un niño
que se duerme soñando en tu acento de arrullo.
Para envolverte en besos quisiera ser el viento
y quisiera ser todo lo que tu mano toca;
ser tu sonrisa, ser hasta tu mismo aliento,
y así poder estar más cerca de tu boca.
Vivo de tu palabra, y eternamente espero
llamarte mía, como quien espera un tesoro.
Lejos de tí comprendo lo mucho que te quiero
y, besando tus cartas, ingenuamente lloro.
Perdona que no tenga palabras con que pueda
decirte la inefable pasión que me devora;
para expresar mi amor solamente me queda
rasgarme el pecho, amada, y en tus manos de seda
dejar mi palpitante corazón que te adora!
Medardo Ángel Silva
guayaquileño
Por inasible adoro la gala de los cielos...
¡Señor, jamás permitas que goce mis anhelos,
que nunca satisfaga la sed que me devora!...
Lo amargo es el hastío de los sueños hallados,
el corazón ahíto de los bienes gozados
que se pregunta: "¿qué voy a pedir ahora...?"
Medardo Ángel Silva
guayaquileño
Es como un lento y triste retornar a la vida...
y es el inevitable cansancio de volver
del borde de la negra playa desconocida
donde mueren tus olas, ¡oh río de No-ser!
Y el alma, que creía mirar la aurora eterna,
vuelve, cual un iluso viajero macilento
que fue a calmar tu sed a lejana cisterna,
equivocó el camino... ¡y torna más sediento!
Ni un ansia, ni un anhelo, ni siquiera un deseo
agitan este lago crepuscular de mi alma.
Mis labios están húmedos del agua del Letheo.
La muerte me anticipa su don mejor: la calma.
De todas las pasiones llevo apagado el fuego;
no soy sino una sombra de todo lo que he sido,
buscando en las tinieblas, igual a un niño ciego,
el mágico sendero que conduce al olvido.
Por donde ella pasaba la tragedia surgía;
tenía la belleza de una predestinada
y una noche de otoño febril aparecía
en sus ojos inmensos y oscuros retratada...
Y fue bajo el auspicio del padrino Saturno
que deshojé a sus plantas mi juventud florida...
¡Desde entonces padezco de este mal taciturno
que hace una noche eterna del alba de mi vida!
Medardo Ángel Silva
guayaquileño
II
Dices que no tienen motivo mis penas,
pues las lloro mías cuando son ajenas...
¡Ay!, ese es mi encanto:
llorar por aquellos que no tienen llanto.
III
Como Dios me ha dado don de melodía
en música pongo mi melancolía:
que el llanto mejor
ese ese que rueda con dulce rumor.
IV
Cuando mi tributo reclames ¡oh Muerte!
dulce reina mía, ¿qué podré ofrecerte?...
¿Te daré mis alas?... ¡Ay!, pero mis alas
mancharon de cieno las pasiones malas.
¿Te daré mi llanto?... Mi llanto, bien sé,
como lo prodigo, que ni eso tendré.
Mas, como algo puedes, te daré, mi amor,
lo único que tengo propio: mi dolor.
VII
El mundo jugó en mis sueños,
la Mujer con mi corazón
y la llama de mi fe, pura,
sopló Satán y la apagó.
Y, pues, Mundo, Demonio y Carne
en mi alma vertieron su hiel,
cuando venga por mí la Muerte
poca cosa tendrá que hacer.
XIII
La enfermedad que yo tengo
mi corazón sólo sabe;
como él nunca la dirá,
nunca ha de saberla nadie.
La sabe el claro de luna
y el parque gris...: ¡preguntadles!
La sabe el viento que pulsa
las liras crepusculares...
Mis versos la están diciendo
y no la comprende nadie...
la enfermedad que yo tengo
en silencio ha de matarme.
Medardo Ángel Silva
guayaquileño
No alegra la sabiduría
porque la pena es conocer
y causa la melancolía
nuestra sola razón de ser.
El prurito de analizar
nos ha perdido
y el huracán del anhelar
lanzó nuestra nave en el mar
desconocido...
En la actitud del que ya nada espera
nos embriagamos de teorías vagas
soñando hacer brotar la Primavera
de la infección de nuestras propias llagas...!
¡Señor, contra tu Ley pecado habemos
y, en vez del alma dulce que nos diste,
en el día final te ofreceremos
un corazón leproso, viejo y triste!
Medardo Ángel Silva
guayaquileño
Loco rebelde a las duchas y a las camisas
de fuerza que se llaman teorías y problemas,
mi espíritu oye vagas palabras indecisas
y con esas palabras suele hacer sus poemas.
Mi corazón no es cuerdo (claro, si es de poeta),
quintaesencia el dolor en un verso exquisito;
como el clown de Banville él hará una pirueta
y de un salto mortal volará al Infinito.
Devana, ¡oh, Tiempo! -- buen hilandero -- tu rueca;
yo tengo para todo bien o mal mi sonrisa
-- una sonrisa triste como una rosa seca --
e inquieto, siempre inquieto, buscándome en mí mismo,
como la nube a la voluntad de la brisa,
¡mi pensamiento va de un abismo a otro abismo!
Medardo Ángel Silva
guayaquileño
Silenciosa y eternamente va a nuestro lado,
con paso sin rumor, enigmático y ledo,
grávido de misterios el rostro enmascarado,
seguida del horror, la tiniebla y el miedo.
Pasan las Horas dulces en cortejo rosado
y sonríen... yo intento sonreír y no puedo,
porque al saberme siempre por ella acompañado,
como quien ve un abismo súbitamente quedo.
Cuando pueblan la estancia las horribles visiones
que hace la Neurastenia surgir en los rincones
entre los cortinajes de azul desconocido...
¡ay, apagad las luces y velad los espejos!
Temo ver en sus lunas de borrosos reflejos
junto a la Enmascarada mi faz de aparecido.
Medardo Ángel Silva
guayaquileño
Madre:
La vida enferma y triste que me has dado
no vale los dolores que ha costado;
no vale tu sufrir intenso, madre mía,
este brote de llanto y de melancolía.
¡Ay! ¿Por qué no expiró el fruto de tu amor
así como agonizan tantos frutos en flor?
¿Por qué cuando soñaba mis sueños infantiles,
en la cuna, a la sombra de las gasas sutiles,
de un ángulo del cuarto no salió una serpiente
que, al ceñir sus anillos a mi cuello inocente
con la flexible gracia de una mujer querida,
me hubiera libertado del horror de la vida...?
¡Más valiera no ser a este vivir de llanto,
a este amasar con lágrimas el pan de nuestro canto,
al lento laborar de dolor exquisito,
del alma ebria de luz y enferma de infinito!
Medardo Ángel Silva
guayaquileño
¡Oh, vida inútil, vida triste
que no sabemos en qué emplear!
nos cansa todo lo que existe
por conocido y por vulgar.
¡Nuestro mal no tiene remedio
y por siempre hemos de sufrir
la cruel mordedura del tedio
y la ignominia de vivir!
Frívolos labios de mujeres
nos brindan su hechizo mortal.
¡Infeliz del que oyó en Citeres
la voz del Pecado Mortal!
Vuelan las almas amorosas
hacia los ojos de abenuz,
e igual a incautas mariposas
queman sus alas en la luz.
Pero no tienta al alma mía
dulce mirar o labio pulcro...
yo pienso en el tercero día
de permanencia en el sepulcro.
Tras de los éxtasis risueños
con luna y aves en la brisa,
se deshacen nuestros ensueños
como palacios de ceniza.
Tened de amor el alma llena
y perderéis en la aventura:
eso es hacer casa en la arena,
como nos dice la Escritura.
Invariable, sólo el fastidio;
siempre es el viejo soleen eterno.
El negro lago del suicidio
es la antesala del Infierno.
Idealiza, ten el anhelo
del águila o de las gaviotas:
ya volverás al duro suelo,
Ícaro, con las alas rotas...
Un palimpsesto es nuestra vida:
Dios en él borra, escribe, altera...
mas la última hoja es conocida:
una cruz y una calavera...
Señor, cual Goethe no te pido
la luz celeste con que asombras:
dame la noche del olvido:
yo quiero sombras, sombras, sombras...
¡Estoy sediento, no de humano
consuelo, para mi aflicción:
quiero en el lirio de tu mano
abandonar mi corazón!
¡Como una inútil alimaña
que se arroja lejos de sí,
anhelo arrancarme la entraña
que palpita dentro de mí...
Y con aquella calma fría
del que un precipicio no ve,
iré a buscar mi paz sombría,
no importa dónde... pero iré.
Medardo Ángel Silva
guayaquileño
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