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H
Tu rostro se adueño de mi mirada
como el imán se adueña del acero;
de tu gracia en la espléndida alborada
mi vida se apagó como un lucero.
Tu belleza, tu magia, tu perfume,
me enfermaron de lánguida inquietud;
cual cirio que ante una ara se consume
ante tu vida ardió mi juventud.
En el jardín de tu impecable encanto
tembló la rara orquídea de mi llanto,
se desangró en el clavel de mi pasión.
Si algún día te alejas de mis playas,
¡oh amor, a donde quiera que tú vayas
irá el fantasma de mi corazón!
Verdi Cevallos
portovejense
Si es pecado mi amor, pecado sea;
si es delito tenerte en mi memoria,
pagaré yo mi culpa cuando vea
que ha llegado el final de nuestra historia.
Si es pecado llevarte a todas partes
fundido con mi sangre en cada grito...
no importa la condena, si al amarte
me olvido del perdón y el delito.
Yo habré de obedecer este destino
que me obliga a adorarte con pasión...
Si este amor es pecado o desatino,
no importa condenarme por amor...
Verdi Cevallos
portovejense
Recuerdo esa tarde, cuando el sol moría
cobijando al mundo con tibios reflejos;
sentados yo y ella de un árbol al trono
me preguntó trémula lo que era un beso...
Callé. De las ramas del árbol, la noche
colgó sis crespones en rededor nuestro;
su mano en mi mano, su boca en mi boca,
por largos instantes guardamos silencio.
¿Ya sabes -- le dije volviendo del éxtasis --
lo que ha sido el beso?
De nuevo sus labios uniendo a los míos
me dijo temblando: ¡ahora sé menos!
Juan Íñiguez Vintimilla
cuencano; 1876-1949
Mi destino es amarte y no pudiera
existir sin tu amor, amada mía;
si el fuego que me inflama se extinguiera,
consumido de tedio moriría.
Era mi vida noche tenebrosa,
vagaba solitario en el desierto
sin hallar una mano que piadosa
me condujese de la dicha al puerto.
Pero tú, cual astro, apareciste
alumbrando mi ruta de improviso;
desde entonces, mujer, ya no estoy triste
y me parece el mundo un paraíso.
Y sólo ansío con vehemencia loca,
de mi sediento amor en los excesos,
apurar los incendios de tu boca
y embriagarme de lágrimas y besos.
Carlos León
Cuando te inclinas al recio empuje de tus pesares
y cuando lloras al rudo golpe de tus congojas,
hay en tus ojos hermosas perlas, como en los mares
y en tus pestañas brillantes soles, como en las hojas.
Y cuando sufres y esa tormenta de los titanes
ruge en tu pecho, como el oleaje de las riberas,
hay en tus ojos las grandes llamas de los volcanes
y en tus pestañas las rojas chispas de las hogueras.
Y cuando sientas que te derriten tus amarguras
saliendo fuera de los más hondo de tus entrañas,
hay en tus ojos los grandes lagos de las llanuras
y en tus mejillas se ven torrentes de las montañas...
Llora tranquila por tus pesares, por tus dolores...
después que pasan las tempestades vienen las calmas;
quieren rocío las esperanzas, como las flores,
quieren rocío los corazones, como las almas...
Félix Valencia
latacungueño; 188?-1918
¡Quisiera ser más bueno, señor!... Para mirarla
desde el humilde valle de mi resignación.
Si tu ley es tan dura que condena a olvidarla,
yo no sé lo que haría... Te pediré perdón...
Mi culpa es la locura de querer engastarla
como perla preciosa sobre mi corazón...
Culpa que hace más bueno debe ser culpa santa.
¡Ya ves cómo, en silencio, te bendigo, Señor!
Y bendigo la nieve polar de su garganta
y bendigo los pétalos de sus labios en flor,
ese rostro de virgen, esas manos de santa
y esos ojos nostálgicos de otro mundo mejor!
José María Egas
mantense; 189?-1982
Dios me hizo, niña mía, algo divino.
¿Quieres que te revele una secreta
sentencia que yo sé de tu destino?
Pues sabe que a un poeta
entregarás tu corazón amante.
¿Quieres que te diga más...? La poesía
es mi tesoro y yo... Pero es bastante
lo dicho a que me entiendas, niña mía...
Juan León Mera
ambateño; 1832-1894
Se extinguirán mis años, ardiendo como cirios
a tus plantas; las rosas
de mis ensueños, mustias por los días,
regarán a tus pes sus difuntas corolas.
Y habrá un solo que ilumine
mi cuerpo -- ya sin alma -- , negra copa
vacía de una esencia de infinito... y el sueño
será definitivo...
Pero entonces, tú sola,
releyendo los versos en que me llamo tuyo,
mis besos, hechos llanto, sentirás en la boca
y escucharás, de súbito, reteniendo tus lágrimas,
una voz que te llama, despacito, en la sombra...
Medardo Ángel Silva
guayaquileño
I
Aquella dulce tarde pasaste ante mi vista
soberbia, en el decoro de tu vestido rosa;
inefable, irreal, melodiosa, imprevista,
como si abandonara su plinto en su diosa.
Y perfumando la hora de lilas, te perdiste
al fondo la calle, cual tras un áurea gasa...
mis ojos te seguían, con una mirada triste
que lanza un moribundo a la salud que pasa
XII
"Sur votre seine laissez rouler ma tete"
Paul Verlaine
Deja sobre tu sena que caiga mi cabeza,
como un mundo cargado de recuerdos sombríos;
y dime la palabra santa y única, esa
palabra que consuela mis perennes hastíos...
O, mejor, calla... deja que en el silencio blando
de la extinguida tarde, sobre divanes rojos,
me sienta agonizar lentamente mirando
cómo se llenan de astros los cielos y tus ojos.
XIX
Bendigo el sufrimiento que viene de tu mano
y el vértigo radiante en que tu voz me sume.
Mi amor es para Ti como un jardín lejano
que a una alcoba de reina envuelve en su perfume.
Y eternamente oirás en tus noches sin calma
mi sombría plegaria que, rugiendo, te invoca;
Al precio de mi sangre y al precio de mi alma,
véndeme la limosna de un beso de tu boca.
XXV
Mi esíritu es un cofre del que tienes las llaves
-- Oh incógnita Adorada, mi Pasión y mi Musa! --
Ya inútilmente espero tus dulces ojos graves
y siento que me acecha en las sombras la intrusa.
Pero mi alma -- jilguero que canta indiferente
a la angustia del tiempo y al dolor de la vida --
te esperará, lo mismo que una virgen prudente,
con la devota lámpara de su amor encendida.
XXVI
Dime que todo ha sido la sombra de un mal sueño,
que en la tiniebla actual palpita el alma pura,
que puede retornar el minuto abrileño
las extinguidas horas colmadas de dulzura;
que nuestro amor es Lázaro, que aguardando su día
espera tu palabra para olvidar su fosa,
que sobre este dolor y esta melancolía
arrojará la aurora su risa luminosa.
Medardo Ángel Silva
guayaquileño
Al duro son del hierro tornaré melodía
para cantar tus ojos -- violetas luminosas --
la noche de tu negra cabellera y el día
de tu sonrisa pura, más que las puras rosas.
Tú vienes con el alba y con la primavera
espiritual, con toda la belleza que existe,
con el olor de lirio azul de la pradera
y con la alondra alegre y con la estrella triste.
La historia de mi alma es la de un peregrino
que extraviado una noche en un negro camino
pidió al cielo una luz... y apareció la luna;
pues, estaba de un viaje dolor convaleciente
y llegaste lo mismo que una aurora naciente
en el momento amargo y en la hora oportuna.
Medardo Ángel Silva
guayaquileño
¡Señor! Llévate todos los dones que me diste:
mi juventud enferma, mi sonora alegría,
las alas de mis sueños, mi Primavera triste
y, si también lo quieres, mi cáliz de Poesía.
Marchita mis rosales, mancha mi blanca veste,
manda los buitres negros de la desolación
a que se nutran, ávidos, en la carne celeste
del ruiseñor que canta dentro de mi corazón.
Haz duro el pan que coma, más negra la negrura
de mi incierto destino; dame el vasto dolor
que soporta la Tierra. Toda la desventura
recibiré serena si me dejas mi amor.
Aurora Estrada i Ayala de Ramírez Pérez
V
Ya me ofrezcan rosas o me den espinas
yo bendigo siempre tus manos divinas:
corazón del que ama, es como la rosa:
perfuma la mano de quien lo destroza.
IX
No despiertes sorprendida
de que amanezca a tal hora:
se ha adelantado la Aurora
para mirarte dormida.
X
Fuera el mayo embeleso
de mi réproba alma loca
ir al edén de tu boca
por el camino de un beso.
Medardo Ángel Silva
guayaquileño
Todo pasa en el mundo, todo dura
lo que dura una flor, un ave, un nido:
todo muere o se pierde entre la obscura
y pavorosa noche del olvido...
Mas, el amor intenso y la ternura
en que por ti, latido tras latido,
arde mi corazón y han convertido
mi vida en una noche de amargura,
no pasarán jamás. Podrán los años
rodar fugaces en veloz carrera
y apagar tus miradas y tus besos
con su soplo mortal... los desengaños
exaltarán mi amor, y cuando muera...
¡aún en la tumba te amarán mis huesos!
Ismael Pérez Pazmiño
machaleño; 1876-1944
¿Qué miro? me preguntas. En mi anhelo
miro siempre, a merced de mis antojos,
mucho azul en la bóveda del cielo
y mucho azul del cielo en esos ojos.
¿En qué pienso? me dices. Tristemente
medito a solas, presa de un engaño,
que aquel azul de los espacios miente
y son tus ojos cielo, por mi daño...
Alfredo Baquerizo Moreno
¡Cuéntame la historia que amargó tu vida,
cuéntame qué embate del Dolor sufriste,
que tu faz ha vuelto mustia y dolorida
y hace tu mirada tan vaga y tan triste!
Quiero que abandones tus exangües manos
en mis manos ávidas de consolaciones,
y abramos la puerta de nuestros arcanos
para oír qué dicen nuestros corazones.
Las horas pasemos rimando esas hondas
semioscurdades de nuestros destinos,
mientras bese el viento tus guedejas blondas
y copien mis ojos tus ojos divinos.
Y al morir la tarde, mientras las pavesas
de la roja hoguera del sol contemplemos,
tal vez se confundan nuestras dos tristezas...
quizá nos amemos... quizá nos amemos...
Ernesto Noboa Caamaño
guayaquileño; 1891-1927
Me asomé a los abismos de mi pecho
y profundos y lóbregos los vi;
tanto, niña, que en lágrimas deshecho,
horrorizado de mí mismo huí.
Luego admiré tu célica hermosura,
la gracia virginal de tu candor
y de mi pecho en la región obscura
sentí desconocido resplandor.
Torné a mirar adentro y hallé impresa
en el alma tu imagen de cristal,
estrella que ilumina helada huesa,
flor nacida en estéril cambronal.
Ya un altar en mi pecho has conquistado
y en él tendrás eterna adoración;
allí de hinojos vivirá postrado,
fiel ministro de amor, mi corazón.
Manuel Nicolás Arízaga
cuencano; 1856-1906
Cuando de nuestro amor la llama apasionada
dentro tu pecho amante contemples extinguida,
ya que sólo por tí la vida me es amada,
el día en que me faltes me arrancaré la vida.
Porque mi pensamiento, lleno de este cariño
que en una hora feliz me hiciera esclavo tuyo,
lejos de tus pupilas es triste como un niño
que se duerme soñando en tu acento de arrullo.
Para envolverte en besos quisiera ser el viento
y quisiera ser todo lo que tu mano toca;
ser tu sonrisa, ser hasta tu mismo aliento,
y así poder estar más cerca de tu boca.
Vivo de tu palabra, y eternamente espero
llamarte mía, como quien espera un tesoro.
Lejos de tí comprendo lo mucho que te quiero
y, besando tus cartas, ingenuamente lloro.
Perdona que no tenga palabras con que pueda
decirte la inefable pasión que me devora;
para expresar mi amor solamente me queda
rasgarme el pecho, amada, y en tus manos de seda
dejar mi palpitante corazón que te adora!
Medardo Ángel Silva
guayaquileño
¡Qué linda cara tienes,
válgate Dios, por muchacha,
que si te miro, me rindes
y si me miras me matas.
Esos hermosos ojos
son en ti, divina ingrata,
arpones cuando los flechas,
puñales cuando los clavas.
Esa tu boca traviesa
brinda, entre coral y nácar,
un veneno que da vida
y una dulzura que mata.
En ella las gracias viven:
novedad privilegiada,
que haya en tu boca hermosura
sin que haya en ella desgracia.
Primores y agudos hay
en tu talle y en tu cara;
todo tu cuerpo es aliento
y todo tu aliento es alma.
El licencioso cabello
airosamente declara
que hay en lo negro hermosura
y en lo desairado hay gala.
Arco de amor son tus cejas,
de cuyas flechas tiranas,
ni quien se defiende es cuerdo
ni dichoso quien se escapa.
¡Qué desdeñosa te burlas!
y ¡qué traidora te ufanas,
a tantas fatigas firme
y a tantas finezas falsa!
¡Qué mal imitas al cielo,
pródigo contigo en gracias,
pues no sabes hacer una
cuando sabes tener tantas!
P. Juan de Velasco, S.J.
dauleño; 1725-1786
¿Como queda, no ves, querida esposa,
la blanca helena que a tu lado crece
cuando el riego le falta que le ofrece
tu mano cada vez más cariñosa?
Inclínase marchita y congojosa
al blando soplo que sus hojas mece,
sus pétalos desgreña y desparece
del verde tallo que adornó graciosa.
De pena igual tu ausencia lastimera
me llena el corazón y triste, mustia,
mi faz se muestra de dolor transida.
¡Ay!, amor cual la flor también debiera,
y si vivo, sólo es porque en mi angustia
la esperanza de verte me da vida.
Rafael Carvajal
imbabureño; 1818-1881
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